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Channel: Fernando Cocho, autor en EL LIBERAL
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La magia de la Navidad en tiempos de pandemia

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Una vez más, un año más, desde los cuarteles de Invierno, pasamos revista a lo que vivimos en esta “nueva normalidad” (cuando lo que seguro desearíamos es tener la normalidad de siempre). Cuando pensamos en lo acontecido y lo que hemos cambiado, no creo que encontremos añoranza o melancolía. Vivíamos en plena crisis de valores, teníamos quejas sobre la falta de muchas cosas, despotricábamos contra políticos, cercenamos los sueños de los diferentes bajo los miedos de perder nuestra zona de confort… Y vino la Naturaleza a nuestras puertas cuando la memoria nos había hecho olvidar cómo eran las cosas hace no más de unas generaciones. Los que tenían la memoria ya no estaban y leer sus enseñanzas y escritos estaban “demodé”. Ya nadie lee historias del pasado para recordar que el Futuro siempre vuelve.

Prescindo por vergüenza ajena de las habituales quejas sobre las gestiones Sanitarias de cualquiera de las administraciones implicadas o de los intereses nacidos de miedos o etnocentrismos parcos, cuando no del aprovechamiento del temor a lo no vivido por nosotros desde hace décadas (el segundo, tercer y cuarto mundo se desayunan con esta incertidumbre de vida todos los días). Pero reconozco que a cada “sesuda respuesta integral” florecía una no menos profunda duda, que era alimentada por informes de supuesta evidencia o certeza científica, todo tipo de factores asociados a rumores y fakes news, e incluso alarmas alertando sobre nuestra ceguera para ver las conspiraciones que iluminados de cualquier signo oscuro siguen para alumbrar por fin un mundo Orweliano o peor aún, un estado de pánico tal, que nos dejaba inermes ante cualquier decisión. El mundo perfecto de un sueño delirante que mezcla la necesidad de seguridad con la búsqueda de un “padre/madre” que nos de soluciones taumatúrgicas a nuestras vidas.

Hemos seguido cuales creyentes de fe apocalíptica todo rastro que pareciera darnos una bocanada de esperanza. Si vivieran los filósofos de la sospecha se sentirían muy contentos al ver que son los únicos filósofos cuyos análisis se convierten en tangibles y sus planteamientos sobre motivaciones y sentimientos humanos se cumplen a la perfección: buscamos una figura protectora, anhelamos vivir sin censuras anti naturales, y por supuesto nos dejamos enajenar por intereses materiales o simplemente por sentirnos al calor de algo. 

Algo nos pasa para que dejemos en el olvido que antes de estos hubo otros preavisos que no tuvieron suficiente escucha activa. Prefiero la explicación Mítica de una venganza de Dioses que se sienten olvidados por sus criaturas, a pensar que de forma semi voluntaria decidimos enajenar nuestra memoria porque estábamos “a por uvas”, y nos creíamos que nunca nos pasaría a nosotros (los occidentales) o simplemente nos daba igual.

En este último pensamiento que comparto hasta Enero, mientras veo la tasa de resultados de mis “armas y diatribas”, creo que al menos debo recordar paralelamente que la salud es un bien escaso y que hemos olvidado:  que hace poco menos de 40 años teníamos rachas de muertes por enfermedades que cíclicamente “purgaban” nuestras vidas y haciendas; que nunca dejó el otro lado del globo de recibir azotes climáticos que les impiden salir con soltura de su paupérrima situación, así como sistemáticamente zarandeaban nuestras conciencias que rápidamente se ocupaban de otros pensamientos para delegar sus responsabilidades, y nos dio igual.

Reconozco públicamente que no sigo casi ninguna de las tradiciones navideñas que martillean ya nuestro flojo inconsciente, o al menos no las sigo adecuadamente. Estoy en ello para tributar mi parte de la Historia anónima que forja una sociedad. Deseo aparentemente honorable pero cargado de “aviesas” intenciones por mi parte.

Comprendo que se siga una tradición por valores que deseamos permanezcan en nuestra historia familiar y compartida. Pero díganme una sola que no esté mancillada o termine siempre con eso de que “por seguir la tradición” sin que de verdad se viva en puridad como mandan los cánones (y no me refiero sólo a las religiosas). 

Ahora que “sanitariamente” nos vemos relegados a distancias de seguridad y la posibilidad de negarnos a ciertas cosas sin levantar sospechas, es donde vemos a los circundantes en su salsa: tienes la excusa de “perfecto ciudadano concienciado”, para no dar la mano al extraño, ni abrazar al grupo social por cortesía, ni besar al cercano, ni por supuesto se ve como extraño o maleducado no compartir ascensores o conversaciones en espacios próximos… el escenario ideal para ver cuán hipócritas hemos sido y cuánto nos hemos refugiado en “clichés”. El que ahora se comunica, busca las formas de encuentro, o abraza, o besa, y lo hace con lo que siempre demuestra interés y nos valida como humanos: “la palabra, el habla, el discurso”. Ahora más que nunca la comunicación es veraz,  o se nota que era antes de compromiso, hipócrita y forzada. 

Ni familias, ni amigos, ni coetáneos laborales, se salvan de esta evidencia. Estos son para mi los nuevos tiempos. Aquellos en los que se pueden construir verdaderas relaciones que ante la dificultades se cargan de sinceridad. Y quizás, como parece ser, las otrora periódicas “catástrofes” que solía afectar a otros o desgraciados subcontinentales, ahora las tenemos nosotros. Los nuevos apestados del futuro.

No me meteré en el jardín de vacunas, encierros, pasaportes para el ocio, ni por supuesto los cada vez más crecientes “test rápidos” que se hacen cuando “ligas” para asegurarse no tener el “bicho que picó al tren”, pero no miramos la higiene de tricomonas y mono nucleidos.

Esa es la magia de la Navidad, la que permite desembozarnos de cinismo, porque una mascarilla o una restricción no será “la vara de medir”.

Tras el paso de los Reyes Magos, que tanto carbón me suelen traer, volveré a seguir pidiendo reflexión y no bravatas, y lo haré con nuevas armas para el 2022 que seguro deberé usar para poder llegar a ustedes.

Mientras tanto sigan la regla de mirar con más detenimiento, huyan de lo simple y recuperen lo perdido en sus familias o amigos. Les aseguro que se puede vivir en el mundo que viene sin “afilarse los dientes” en cada esquina, sin temor a lo inadecuado. Y si algo debo pedir, a parte de mi ración de carbón es un poco más de “esprit de fitnesse” para estar a su lado intentando compartir aquello que vea, sienta y crea pueda ser útil para ustedes.


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